Tal
como refleja su título, estamos ante un libro donde la visión humana abandona
lo que ve y cambia hacia una realidad completamente diferente, como el reflejo inconsciente
del parpadeo ocular. La vida deja de ser por un instante lo que es y se
condensa en breves intervalos donde el tiempo y el espacio se cierran y se contraen
para marcar ritmos diferenciados. Este juego de constantes variaciones es lo que
configura el encanto del montaje, una sutil manipulación que transforma una
historia cinematográfica en algo comprensible y atractivo. Como dice Sean
Pean, la destreza del editor evita
que el director se suicide. En esta magia reside la esencia final del cine.
Walter
Murch es un autor que nos sumerge en un mundo donde las articulaciones más
sublimes son posibles y la fusión de lo inservible o lo útil adquieren
significado. Son aspectos del cine que los espectadores suelen desconocer,
porque su desarrollo se basa en un cruce veloz de frames que convierten la visión de un film en un simple
proceso de consumo visual. De ahí la importancia de comprender que una película
es más que un progreso lineal y continuo. Un film trata de desarrollar una
narrativa que se construye a si misma sobre distintas grabaciones, cortes y
montajes. Este punto de arranque deduce que la complejidad del cine va más allá
de las cámaras de rodaje y de los actores. Por tanto, editar no consiste
meramente en acoplar las escenas de una película como si de un collage se
tratara, ni tampoco consiste en pegar los fotogramas de manera caprichosa. Su
laboriosa actividad consiste en dejar ver las vías coherentes y necesarias para
unir todos esos fragmentos bruscos e inconexos, con el fin de dotarles de un
sentido capaz de narrar una historia completa, ordenada, coherente y
entendible.
Gracias a su enorme experiencia profesional, Walter Murch acerca al lector
hacia un complejo universo llamado montaje
cinematográfico, que no es más que un entramado incógnito donde los
patrones inteligentes se vinculan para lograr una arquitectura fílmica ligada y
con sentido. Para lograr ese cometido, el corte y su control, se convierten en
la gran pieza maestra que “dulcifica” ese paso brusco entre el espacio y el tiempo.
En consecuencia, Murch admite que el corte perfecto debe expresar
la emoción del instante, lograr que el argumento progrese, plasmar el momento
decisivo, matizar la trayectoria de la mirada, potenciar la situación que se
está desarrollando y mantener el punto de interés del espectador. Asimismo,
debe respetar la gramática bidimensional de la fotografía y venerar el
encadenamiento tridimensional del espacio donde se emplazan los actores y la
relación que se despliega entre ellos. Es por ello, que el editor debe emplear
los instantes adecuados y ajustarlos a esos criterios, independientemente de
los esfuerzos y condiciones del rodaje y de sus costes económicos. Controlar
todo eso requiere tener muy claro el ritmo y la velocidad de la narración
audiovisual y su desarrollo argumentativo. El control emocional del film y la
aplicación de los momentos de mayor o menor intensidad, serán los puntos que
marcarán la evolución de la película y del espectador. En este sentido la
figura del editor es fundamental.
Algunos
directores de prestigio sienten todavía aquella romántica nostalgia por las
formas manuales del montaje. Sin embargo, la llegada de las nuevas tecnologías
electrónicas y digitales ha supuesto un aparcamiento, prácticamente definitivo,
de los artesanos empalmes que realizaban las expertas operarias y los sistemas
mecánicos como las moviolas. Hoy en día, programas digitales como Avid, Lightworks o Final
Cut Pro… son los responsables de la edición dinámica de las imágenes en un film.
Digitalmente hablando, es importante saber que, una vez se ha rodado y
procesado la película, ésta se digitaliza y se registra en un ordenador. Para
mantener un orden que facilite la selección y la fusión el montaje, todos los
fotogramas de la película se codifican de manera para que el editor pueda
usarlos cuándo y dónde crea más oportuno. Este control es imprescindible para
no perder la ordenanza estructural del film.
Dado
que las imágenes que componen una película pueden combinarse de mil formas
distintas, los nuevos sistemas informáticos facilitan el trabajo de editaje.
Ofrecen una mayor rapidez a costes más reducidos y un menor uso de recursos
humanos. La facilidad de acceso y la inclusión de los efectos especiales de
generación electrónica, son también aspectos determinantes que se ofrecen
gracias a la alternativa digital.
Es
por ello que digan lo que digan, los avances tecnológicos en el cine son el
resultado de muchos años de esfuerzos hacia nuevas formas de proceder y mejorar.
Debemos tener en cuenta que vivimos en una sociedad donde la velocidad parece haberse
apropiado de todas las cosas. Existe un ansia para obtener la máxima
información en el mínimo tiempo, sin importar la calidad y profundidad de los
contenidos. Esta alocada sensación, genera problemas diversos que terminan en
la gestación de errores y superficialidad. El montaje cinematográfico no escapa
a ello ya que en el mundo de la edición cinematográfica lo más importante no es
la velocidad sino saber ajustar adecuadamente el ritmo que exige cada secuencia
y film. Como buen ejemplo de ello se pueden ciertos pasajes de las películas Matrix o 300 Rise of an empire, donde
se determinan ciertas fases que absorben al espectador bajo un trepidante
cambio de planos, ritmos y velocidades, sin que por ello se pierdan los
detalles que se pretenden narrar. En este sentido Murch advierte que
la velocidad, el detalle de la imagen y el tamaño de la misma, pueden afectar
el ritmo de la película si el ajuste en el montaje no es el correcto. Lograr
este equilibrio no es fácil. Cabe recordar que los editores trabajan sobre
pantallas de pequeños monitores y eso puede provocar pérdidas importantes de
información. Editar una película a tamaño reducido no es lo mismo que hacerlo
sobre el tamaño de una gran pantalla de cine.
Para
terminar cabe recordar las palabras del magnífico John Huston: la película perfecta es como si se
desarrollara detrás de tus ojos y tus ojos la proyectasen, de modo que vieras
lo que deseabas ver. El cine es como el pensamiento. Es el arte más cercano al
proceso de pensar. En efecto, el parpadeo de los ojos facilita la
transición de cambios de realidad, de manera que la estructura mental puede
procesar la información a ritmos rápidos, rítmicos y adecuados. Los cortes en
el montaje actúan de forma similar. El espectador acepta estos cortes porque se
parecen a las imágenes yuxtapuestas que expresan diversos procesos mentales
como vivencias, recuerdos y emociones. El montador debe saber plasmar estos
instantes bajo el soporte del celuloide y sin desvirtuar la evolución de la
narración fílmica. Bajo una cadencia de ritmo fluido, el editor irá descifrando
los enigmas de la película conduciendo al espectador hacia una solución de la
historia, tal como le ocurre al personaje de Gregory Peck en la
película Recuerda.
En esta creación, Alfred Hitchcock, muestra como las imágenes yuxtapuestas
del inconsciente del protagonista, reconstruyen una realidad invisible que
reflejan el sentimiento de culpa que sufre el paciente por la muerte de
su hermano.
Carlos
Flaqué Monllonch
Artículo publicado en Blogs de la Universidad
Internacional de la Rioja