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BLOG DE CRÍTICA Y REFLEXIÓN SOBRE ARTE Y ACTUALIDAD CULTURAL

miércoles, 19 de junio de 2019

STOP BULLYING (1): EL ACOSO ESCOLAR

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Según los datos de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud, cada año se producen aproximadamente 600.000 suicidios de menores, de los cuales, más de un 50% son causados a causa del “bullying”. Estos chicos son víctimas de niños acosadores, niños crueles que desde muy pronto eligen el camino de molestar, mofarse, humillar y “castigar” a los demás… física y emocionalmente. Una de las preguntas que la sociedad debe plantearse es saber por qué lo hacen. Muchas son las razones que pueden enumerarse como los tipos de escuelas, las diferencias culturales, las procedencias dispares de los niños, etc., pero por regla general el principal causante del acosador surge de la propia familia, quien por diversas razones como conceptos erróneos sobre educación, ausencia de padre o madre y su correspondiente carencia afectiva, tensiones matrimoniales, padres violentos y con conductas erróneas, situaciones socio-económicas excesivas o carentes, mala organización del hogar… Así empieza y evoluciona el problema.

El niño acosador es el típico “chulito” que se cree mejor o más fuerte que otros. Su perfil se percibe de inmediato. Para imponer su “ley” busca rodearse de admiradores. El acosador crece porque tiene público que lo alimenta. Si se queda solo, termina por perder su marco de influencia y, por ende, su poder. Los ves en casi todas las escuelas, en los equipos deportivos, en las colonias escolares, en los recreos o parques, en los casales de verano, en las actividades extraescolares, en las redes sociales y en las aplicaciones de mensajería móvil. Son los clásicos “vaciletas” o “cabecillas” que van por la vida de duros, de sabios, de estrellas, según sus habilidades o estrategias. Son así porque sus compañeros de clase y los adultos cercanos toleran su comportamiento permitiéndoles desarrollar este tipo de roles. Todos hemos visto o vivido episodios de este tipo en alguna etapa de nuestra vida, bien como autores, cómplices, victimas o espectadores silenciosos.

El bullying es un mal a combatir en los colegios - duna

Foto: Getty Images
Ser diferente muchas veces abre el camino para ser víctima de los acosadores. Si el acosado no es capaz de frenar esa primera vez, se inicia la creciente espiral que termina por devorar a la víctima. Los responsables son la sociedad en general, pero en concreto, las familias, las escuelas y las entidades deportivas. El “bullying” existe porque los adultos lo permiten. ¿Existen soluciones? Si, por supuesto… la forma principal para evitar el acoso escolar es mediante una educación basada en el fomento de valores sólidos, como el respeto, la tolerancia o la empatía con el prójimo. Cabe recordar que nadie es nada sin los otros y nada se consigue sin implicación de todos.

Carlos Flaqué Monllonch

NO AL BULLYNG (2): EN EL DEPORTE Y FÚTBOL INFANTILES

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Muchas veces solemos percibir el “bullying” de manera muy localizada, centralizándolo mayoritariamente en las escuelas ya que es el espacio donde los niños de distintas edades y procedencias, conviven asiduamente durante mucho tiempo. Pero el “bullying” también se da en otros ámbitos infantiles ajenos en la escuela, por ejemplo, en el mundo del deporte. El fútbol base es un buen ejemplo.

Normalmente las relaciones personales entre los chicos de un equipo suelen ser buenas, a excepción de pequeñas discusiones, puntos de vista contrarios o choques entre caracteres, casi siempre derivados del juego. No se puede pretender que todos los chicos sean amigos pero sí que tengan una buena relación entre ellos o, como mínimo, una relación de respeto. No obstante, a veces, se producen situaciones que pueden considerarse como acoso, bien físico, verbal, psicológico o social. Es decir, cuando uno o diversos niños ejercen poder sobre otro con la intención de molestarlo, ridiculizarlo o de hacerle daño, todo ello sin que la víctima tenga la posibilidad de defenderse, o si lo hace quede por ello excluido el grupo. Se dan estos casos cuando hay ciertos niños que se ríen de otro, cuando le insultan o le ponen un mote ofensivo, cuando le ignoran o le echan la culpa de algo que ha salido mal, no le hablan, dejan de incluirle en sus planes, no quieren hacer ejercicios con él, no le pasan el balón durante el juego.

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Foto: https://www.coachup.com

Sea cual sea el tipo de acoso, la reacción más visible es la que repercute en el rendimiento deportivo del chico acosado. Antes de ciertos hechos era efectivo y de repente ha dejado de serlo, su actitud en el terreno de juego ha cambiado a mal. Ahí es donde entra la figura del entrenador, ya que es la persona adulta que tiene más contacto con los chicos y su obligación cosiste no solo en lo puramente técnico sino en la gestión psicología del grupo. El conocimiento de cualquier sospecha d cambio negativo en un chico debe activar de inmediato la implicación de los responsables deportivos a fin de optar por aplicar las medidas oportunas a fin de solventar el problema y volver a la normalidad, no solo por el bien del chico afectado sino por el bien de todo el conjunto.

A veces se dan casos donde el propio entrenador es quien se convierte en el acosador que, por razones desconocidas, la toma con un jugador, no valorando sus capacidades, remarcando más sus errores que aciertos, no motivándole progrese, castigándole sin jugar los minutos que debería, o transmitiéndole frases desmotivadoras como no sirves para…no tienes el nivel mental que deberías tenerno tienes ni pu…a idea de…, o insultos como… eres tonto o quéasí no vas a llegar a ninguna parteestás estropeando el trabajo de tus compañeros, tus compañeros lo hacen mejor que tú  todo eso, una y otra vez, termina por doblegar al más fuerte, especialmente cuando el chico afectado ve que el entrenador tiene a sus chicos favoritos y él es desterrado sin motivos claros.

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En fin, el respeto entre todos es un objetivo que debe fomentarse desde toda la comunidad deportiva: dirección del club, coordinación y entrenadores. Su objetivo no solo es formar técnicamente, sino generar también un buen “feeling” entre todos. No debe olvidarse que el fútbol es un trabajo de equipo y tener un chico mal en un equipo supone una tremenda debilidad para el conjunto. Es por ello que es necesario que los clubes empiecen a trabajar este tema, especialmente aquellos que tratan con niños. Deben tomarse en serio el hecho de crear y poner en práctica reglas de convivencia, compañerismo y respeto adecuadas, así como disponer de protocolos anti-acoso para evitar que el “bullying” se instaure en los campos y equipos de fútbol. Sin lugar a dudas, los entrenadores deben ser buenos gestores psicológicos, de lo contrario mejor que se dediquen a otra cosa.

Carlos Flaqué Monllonch

jueves, 13 de junio de 2019

DONALD MCCULLIN, EL DURO TESTIMONIO DE LA GUERRA


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“Crecí en la ignorancia, la pobreza y el fanatismo totales, y esto ha sido para mí una carga durante toda mi vida. Me han manipulado y he manipulado a otros, fotografiando el sufrimiento y la miseria. Soy culpable en ambas direcciones: culpable porque podía caminar hacia otro lado mientras ese hombre moría de hambre o era asesinado con un arma. Estoy cansado de la culpa, cansado de decirme a mí mismo: no maté a ese hombre en esa fotografía, yo no maté de hambre a ese niño.”

En el mundo existen múltiples realidades contrapuestas, polos que diagraman escenas a ritmo de palacios y cuerdas flojas. Son los contrapuntos de la abundancia y de la carencia, del placer y del dolor, de la profesión y de los propios principios, un cosmos que se baraja y se agrieta lentamente dentro desde su propia esencia. Es mundo incomprensible, un motor loco cuya dinámica insana no para de girar. Es el escenario duro de las guerras, el hambre, las miserias, las torturas o la degradación, como constantes de la humanidad, ese libro gigantesco escrito con el daño y la sangre, el odio y las pasiones, las conquistas y los sufrimientos. Gracias a la labor de estos integrantes de la Humanidad, el mundo hoy en día es consciente de ciertos hechos, de momentos donde se exhala el hedor de la finitud o el perfume del abuso o la consternación. Es la intensa labor de profesionales que anteponen el riesgo por idea, seres que a cada segundo deben construirse a sí mismos, sin importarles perder la vida, exponerse a enfermedades, permanecer forzosamente impasibles al dolor ajeno, aunque interiormente lleven la sangre hirviendo y la piel reseca por la aridez de los sistemas. Es la vida de los reporteros gráficos, aunque no todos llegan a viejos para contar sus historias. Es la parte de los productores y realizadores.


En la otra parte de la cruda realidad están los otros, los que sufren en propias carnes las injusticias de este mundo, las decisiones que generan los conflictos y las carencias. Son las los seres humanos que mueren olvidados entre el polvo y las astillas, entre las balas y esqueletos, junto a restos de basura y plagados de enfermedades y de insectos. Son los seres que deambulan perdidos en un mundo que, por desgracia, les ha puesto en el lado oscuro de la vida. Es el lugar donde los suspiros marcan los gestos que detienen la vida y sesgan toda esperanza. Nadie sabe los porqués pero si las razones. El ser humano es un depredador muy peligroso y el reportero de guerra lo sabe, mejor que nadie. Los seres humanos no son números ni marionetas, son almas que han tenido la mala suerte de cruzarse en caminos de sufrimiento destruyendo todos sus sueños.

Entre ambos polos se alza la imagen registrada, la foto que eterniza lo que el ojo humano ve y llora, ese instante donde la realidad se convierte en la mejor icono de “World Press” o en la “cover” de algún “mass media” de gran tirada. La plasmación de esta imagen puede suponer la conquista de la fama o el inicio de una caída, un extraño dualismo que hace del fotógrafo un ser único e imprescindible, un puente infatigable entre dos polos extremos.


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“Cuando uno empieza a cubrir guerras, todo es muy excitante. Uno no se plantea cuestiones morales. Pero a medida que desarrolla su trabajo, a medida que ves matar a niños o que los ves agonizar, las cosas se vuelven horribles y entonces surgen los cuestionamientos. Cuando fui a Vietnam, todo me resultaba excitante: las bombas, la selva, los paracaídas, los helicópteros, las explosiones. Era Hollywood. “Apocalypse Now”. Estuve allí doce días. Cuando me fui, parecía tan loco como los soldados norteamericanos que había fotografiado. Y me preguntaba: ¿qué tiene esto que ver con la fotografía?”

Don McCullin  es un grandísimo representante de estos dos contrastes, un profesional inmenso que tras consagrar parte de su vida al fotoperiodismo extremo, un día decidió apartarse de la barbarie bélica donde la fina ley de la supervivencia parece no importarle a nadie. McCullin nació el 9 de octubre de 1935 en Finsbury Park, Londres, uno de los barrios de la capital inglesa más duros y todavía en ruinas a consecuencia de los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Sus orígenes humildes no le impidieron sin embargo llegar a convertirse en uno de los mejores fotógrafos de guerra de la historia. Su espíritu le condujo prontamente a mostrar las capas más bajas y desgraciadas de la sociedad: parados, pobres y marginados, llegando a escenificar los lados más dramáticos de las ciudades y sus duras realidades.

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“Mi carrera se inició y se alimentó de violencia. Uno de los chicos que formaban parte de mi grupo se enfrentó a una banda de muchachos. Llegó la policía para separarlos y alguien mató a mi amigo con un cuchillo. Yo había tomado fotos como amateur de ese grupo de amigos, entre los que estaba el asesinado, y entonces las llevé a un diario muy famoso, “The Observer”. Eso sucedía en 1958. Unas semanas después publicaron media página con mis imágenes. Y, al día siguiente, me ofrecieron un trabajo. Era algo increíble. No sabía nada de fotografía.”



Poco a poco fue tejiéndose su alma de reportero de riesgo, dejando la crudeza de las calles para adentrarse en el oscuro mundo de la guerra y sus consecuencias. Retrató Chipre, Vietnam, el Líbano y Afganistán. Fue apresado y conoció el horror de las cárceles de Idi Amin, el dictador militar y tercer presidente de Uganda dejando en una huella imborrable: “Cuando voy a una guerra, siempre leo todos los informes y los libros sobre los problemas que la generaron. Pero cuando se llega a los lugares de combate, es imposible actuar con una mente abierta porque las atrocidades que uno ve, hacen que te inclines por los que han sido agredidos o invadidos, por los débiles”.

“Estaba en Beirut y vi cómo una bomba caía sobre una casa y la destruía por completo. En la calle, había una mujer, la propietaria. Delante de sus ojos, en un segundo, había visto desaparecer todas sus posesiones, lo que había levantado en toda una vida. Yo alcé mi cámara y tomé una fotografía de ella frente a las ruinas. La mujer se dio cuenta. Vino hacía mí y me empezó a pegar. Me pegaba y me pegaba. Yo no me defendía. No tenía derecho de hacerlo. Esa foto conmovedora, por la que me pagarían mucho, la había conseguido gracias a ese hogar reducido a cenizas. Volví al hotel. Me decía: “Estoy harto de este trabajo”. Fui al café a tomar algo para recuperarme. Y, al rato, apareció un amigo y me dijo: “¿Sabes una cosa?” y yo le respondí: “No me molestes”. Y él continuó: “La mujer que te pegó, la mujer a la que le destruyeron la casa, acaba de ser matada por una bomba”. Regresé a Inglaterra. Desde entonces no fui el mismo. En diez años no volví a tomar fotos de guerra. No creo que vuelva a hacerlo. Estoy harto de la fealdad y del horror de las guerras.”


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Durante el servicio militar estuvo en la “Real Air Force” británica (RAF) y más tarde en la crisis del Canal de Suez (1956) donde trabajó como asistente de fotografía. Entre 1966 y 1984, trabajó como corresponsal de ultramar para el “Sunday Times Magazine”, registrando catástrofes ecológicas creadas por el hombre, como la Guerra de Biafra (1968) y las víctimas del SIDA en África. También cubrió la guerra del Vietnam y el conflicto de Irlanda del Norte. En 1968, su cámara Nikon paró una bala que iba dirigida a él, salvándole la vida. Es el autor de numerosos libros y premios: “World Press Photo Award” (1964), “Warsaw Gold Medal” (1964), “Order of The British Empire Medal” (1993), “Cornell Capa Award” (2006), entre muchos más. Profundamente marcado por las experiencias vividas como reportero de guerra, los últimos trabajos fotográficos de McCullin se alejaron por completo del drama humano, del horror de este siglo. Necesitaba desconectar. Desde hace tiempo ha preferido viajar y fotografiar las ciudades perdidas del pasado, como las urbes romanas del Magreb y Oriente Próximo: Líbano (Baalbek y Tiro), Siria (Palmira, Bosra y Damasco), Jordania (Jerasa), Marruecos (Bolubilis), Argelia (Djemila), Túnez (Dugga, Cartago, El Djem) y Libia (la ciudades de la Tripolitania, sobre todo la impresionante Leptis Magna). Las imágenes de McCullin descubren matices de luz y sombra que arrastran al espectador hacia un pasado imaginario que le sitúa entre la grandeza milenaria de los antiguos imperios del mundo.



Carlos Flaqué Monllonch