TICK TACK, TIEMPO, ESPACIO Y COMUNICACIÓN

TICK TACK, TIEMPO, ESPACIO Y COMUNICACIÓN
BLOG DE CRÍTICA Y REFLEXIÓN SOBRE ARTE Y ACTUALIDAD CULTURAL

lunes, 10 de agosto de 2020

DON McCULLIN, FOTÓGRAFO DE GUERRA



Crecí en la ignorancia, la pobreza y el fanatismo totales, y esto ha sido para mí una carga durante toda mi vida. Me han manipulado y he manipulado a otros, fotografiando el sufrimiento y la miseria. Soy culpable en ambas direcciones: culpable porque podía caminar hacia otro lado mientras ese hombre moría de hambre o era asesinado con un arma. Estoy cansado de la culpa, cansado de decirme a mí mismo: No maté a ese hombre en esa fotografía, yo no maté de hambre a ese niño.

En el mundo existen múltiples realidades contrapuestas, polos que diagraman escenas a ritmo de palacios y cuerdas flojas. Son los contrapuntos de la abundancia y de la carencia, del placer y del dolor, de la profesión y de los principios propios, un cosmos que se baraja y se agrieta lentamente dentro de su propia esencia. Es mundo incomprensible, un motor loco cuya dinámica insana no para de girar. Guerras, hambre, miseria, tortura o degradación, es la humanidad y gran parte de su historia, un libro gigantesco que se ha escrito con heridas y sangre, con odios y alegrías, conquistas y sufrimientos.

Mi carrera se inició y se alimentó de violencia. Uno de los chicos que formaban parte de mi grupo se enfrentó a una banda de muchachos. Llegó la policía para separarlos y alguien mató a mi amigo con un cuchillo. Yo había tomado fotos como amateur de ese grupo de amigos, entre los que estaba el asesinado, y entonces las llevé a un diario muy famoso, The Observer. Eso sucedía en 1958. Unas semanas después publicaron media página con mis imágenes. Y, al día siguiente, me ofrecieron un trabajo. Era algo increíble. No sabía nada de fotografía.





Gracias a la labor de algunos de estos integrantes de la Humanidad, el mundo es consciente de los hechos, de esos momentos donde se exhala el hedor de la finitud o el perfume de los éxitos. Es la intensa labor de profesionales que tienen el riesgo por bandera, seres que deben construirse a si mismos a cada segundo, sin importarles perder la vida, exponerse a enfermedades, permanecer forzosamente impasibles al dolor ajeno aunque interiormente lleven la sangre hirviendo y la piel reseca por la aridez de los sistemas. Es la vida de los reporteros gráficos, aunque no todos llegan a viejos para contar sus historias.

En la otra parte de la cruda realidad están los verdaderos actores, los que sufren en las propias carnes las injusticias de este mundo, las decisiones que generan los conflictos y las carencias. Son las los seres humanos que mueren olvidados entre polvo y astillas, entre balas y esqueletos, junto a restos de basura y plagados de enfermedades. Son los seres que deambulan perdidos en un mundo que, por desgracia, les ha puesto en el lado oscuro de la vida. Es el lugar donde los suspiros marcan los gestos que detienen la vida y sesgan toda esperanza. El ser humano es un animal muy peligroso y el reportero de guerra lo sabe mejor que nadie. Los seres humanos no son números ni marionetas almas que han tenido la mala suerte de que la guerra se cruzase en sus caminos destruyendo todos sus sueños.

Estaba en Beirut y vi cómo una bomba caía sobre una casa y la destruía por completo. En la calle, había una mujer, la propietaria. Delante de sus ojos, en un segundo, había visto desaparecer todas sus posesiones, lo que había levantado en toda una vida. Yo alcé mi cámara y tomé una fotografía de ella frente a las ruinas. La mujer se dio cuenta. Vino hacía mí y me empezó a pegar. Me pegaba y me pegaba. Yo no me defendía. No tenía derecho de hacerlo. Esa foto conmovedora, por la que me pagarían mucho, la había conseguido gracias a ese hogar reducido a cenizas. Volví al hotel. Me decía: -Estoy harto de este trabajo-. Fui al café a tomar algo para recuperarme. Y, al rato, apareció un amigo y me dijo: -¿Sabes una cosa? “No me molestes- le contesté. Y él continuó: -La mujer que te pegó, la mujer a la que le destruyeron la casa, acaba de ser matada por una bomba-. Regresé a Inglaterra. Desde entonces no fui el mismo. En diez años no volví a tomar fotos de guerra. No creo que vuelva a hacerlo. Estoy harto de la fealdad y del horror de las guerras.


Entre ambos polos se alza la imagen que registra, que eterniza lo que el ojo ve, ese instante que se convierte en la mejor foto de World Press o la portada top one de algún mass media. La plasmación de esta imagen puede suponer la conquista de la fama o el inicio de una caída, un extraño dualismo que hace del fotógrafo un ser único e imprescindible, un puente infatigables entre ambos polos extremos.

Es por ello que quisiera compartir con mis lectores la figura y labor de Don McCullin, un grandísimo profesional de la imagen que, tras consagrar gran parte de su vida en el fotoperiodismo extremo, un día decidió apartarse de la barbarie bélica donde la fina ley de la supervivencia parece no importarle a nadie.

Cuando uno empieza a cubrir guerras, todo es muy excitante. Uno no se plantea cuestiones morales. Pero a medida que desarrolla su trabajo, a medida que ve matar niños o que los ve agonizar, las cosas se vuelven horribles y entonces surgen los cuestionamientos. Cuando fui a Vietnam, todo me resultaba excitante: las bombas, la selva, los paracaídas, los helicópteros, las explosiones. Era Hollywood. Apocalypse Now. Estuve allí doce días. Cuando me fui, parecía tan loco como los soldados norteamericanos que había fotografiado. Y me preguntaba: ¿Qué tiene esto que ver con la fotografía?

Don McCullin nació el 9 de octubre de 1935 en Finsbury Park, Londres, uno de los barrios de la capital inglesa más duros y todavía en ruinas a consecuencias de los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Sus orígenes humildes no le impidieron sin embargo llegar a convertirse en uno de los mejores fotógrafos de guerra de la historia. Su espíritu le condujo prontamente a mostrar las capas más bajas y desgraciadas de la sociedad: parados, pobres y marginados, llegando a escenificar los lados más dramáticos de las ciudades y sus duras realidades. Poco a poco fue tejiéndose el alma del reportero de riesgo, dejando la crudeza de las calles para adentrar se en el oscuro mundo de la guerra y sus consecuencias. Retrató Chipre, Vietnam, el Líbano y Afganistán. Fue apresado y como interno conoció el horror de las cárceles de Idi Amin, el dictador militar y tercer presidente de Uganda. El mismo define su visión de los conflictos armados:



Cuando voy a una guerra, siempre leo todos los informes y los libros sobre los problemas que la generaron. Pero cuando se llega a los lugares de combate, es imposible actuar con una mente abierta porque las atrocidades que uno ve hacen que uno se incline por los que han sido agredidos o invadidos, por los débiles.

Durante el servicio militar estuvo en la Real Air Force británica (RAF). Durante la crisis del canal de Suez (1956) trabajó como asistente de fotografía pero suspendió el examen teórico para fotógrafo. Entre 1966 y 1984, trabajó como corresponsal de ultramar para el Sunday Times Magazine, registrando catástrofes ecológicas y creadas por el hombre, como la Guerra de Biafra, en 1968 y las víctimas del SIDA en África. También cubrió la guerra del Vietnam y el conflicto de Irlanda del Norte. En 1968, su cámara fotográfica Nikon paró una bala que iba dirigida a él, salvándole la vida. Es el autor de numerosos libros y premios: World Press Photo Award (1964), Warsaw Gold Medal (1964), Order of the British Empire Medal (1993) siendo el primer fotoperiodista en recibirlo, el Cornell Capa Award (2006), entre muchos más.

Profundamente marcado por las experiencias vividas como reportero de guerra, los últimos trabajos fotográficos de McCullin se alejaron por completo del drama humano, del horror de este siglo. Desde hace tiempo ha preferido viajar y fotografiar las ciudades perdidas del pasado, como las urbes romanas del Magreb y Oriente Próximo: Líbano (Baalbek y Tiro), Siria (Palmira, Bosra y Damasco), Jordania (Jerasa), Marruecos (Bolubilis), Argelia (Djemila), Túnez (Dugga, Cartago, El Djem) y Libia (la ciudades de la Tripolitania, sobre todo la impresionante Leptis Magna). Las imágenes de McCullin descubren matices de luz y sombra que arrastran al espectador hacia un pasado imaginario que le sitúa entre la grandeza milenaria de los antiguos imperios del mundo. 

Carlos Flaqué Monllonch

http://cpn.canon-europe.com/es/content/Don_McCullin.do