“El siglo diecinueve fue la época donde la humanidad no era el centro
de atención pero el arte homenajeaba la belleza. Hoy en día, las culturas
americana y occidental parecen fundamentarse en la indiferencia, el
distanciamiento y la miseria. Yo, no obstante, quiero que la gente vea las
cosas bellas, agradables y divertidas de la vida”.
Rodney Smith
Rodney Smith (1947/2016, NY, USA) fue un profesional de
la imagen que se convirtió en una institución dentro del mundo de la Fotografía.
Sus trabajos en blanco y negro imitan la estética vintage pero incorporando elementos
surrealistas a modo de fusión gráfica. Sus conceptos y composiciones delatan
una complejidad y significado tremendamente psicológicos, en cuyo seno se descubren
mensajes subliminales. Smith fue y es un clásico pero con una profunda visión de vanguardia. Siempre usó la clásica película fotográfica, huyendo de los efectos especiales y refugiándose en el cuarto oscuro como los viejos maestros. Su trabajo es ajeno al tiempo y plasma los sueños
sobre el papel. Sueño y realidad confluyen en su obra como dos fuerzas creadoras contrarias y adyacentes.
Estamos pues ante un amante de las
fotografías en blanco y negro, aunque a veces “disparó” en color. Sin embargo,
nunca siguió las tendencias de moda, fue fiel a sus propias convicciones. Esta
actitud le dificultó en ocasiones para ciertos encargos profesionales: los
años setenta fueron difíciles porque me rechazaban trabajos debido a mi
negación tajante de fotografiar en color.
Para él, la elección preferencial del
blanco y negro reflejaba una actitud direccional de la vida, la dureza esencial
de lo extrañamente clasista. La ausencia del color la interpretaba como un estilo
elegante de belleza natural, donde la realidad humana se percibe bajo
coordenadas monocromáticas, tal como ven la vida ciertos animales nocturnos
y subterráneos. Esta tendencia acromática le acercaó más a la visión de
determinados criterios y a tendencias introspectivas que rozaron casi la
filosofía marginal.
Aunque se definió como espontáneo,
su estilo es sofisticado, regresivo en el tiempo, surrealista a veces, extraño
o normal otras, pero siempre tiene ese aire de misterioso e insólito que
perturba la vista y el alma. Algunas de sus obras se acercan al magritteismo (reminiscencias al pintor francés Magritte). Sus composiciones se basan en el
fino universo de la simetría y el equilibrio depurados, delicadamente
perturbados por ciertas pinceladas de rotura visual. Sus fuentes referenciales
se sumergen con Eugene Smith, Robert Doisneau, Dorothea Lange, Jacques-Henri
Lartigue y Henri Cartier-Bresson, pero también se orientan en los grandes
maestros de la pintura como Rafael, Rembrandt, Vermeer y cómo no, con los
maestros del surrealismo pictórico, entre ellos el mencionado Magritte.
Dedicar su vida a la Fotografía
no fue una simple elección casual. Su padre ya había fundado la empresa de moda
Anne Klein y la mayor parte de la vida familiar se concentraba en el “fashion
world” de su tiempo. Pero Smith siempre necesitó transgredir la parte comercial
y pura de la moda, su alma artística necesitaba tomar un rumbo distinto, algo
que le diera una alternativa divergente a lo que vivía en familia como la moda puramente comercial. Empezó a buscar un sentido más profundo de la vida y pasó
gran parte de su tiempo filosofando sobre temas existenciales. Gracias a ello
cursó estudios de Teología en la Universidad de Virginia pero continuó su
formación en la Yale Divinity School. Fue durante su fase de estudiante en
Yale, cuando conoció al maestro Walker Evans, quien fundamentó la formación
fotográfica de Smith: Las prácticas eran absolutamente clásicas. Fotografiábamos
exclusivamente en blanco y negro y siempre con luz natural. Yo sigo trabajando
de la misma forma. Incluso utilizo el mismo tipo de película y la misma
cámara.
Smith trabajó siempre con un
equipamiento fotográfico muy reducido: un trípode y un par de cámaras,
normalmente una Hasselblad, la mejor cámara analógica de 6x6 cms que ha
existido jamás. Rara vez usaba focos de luz artificial, ya que para él luz
natural era la fuente lumínica por excelencia. Entregaba los resultados como
copias originales, nunca los negativos ni las transparencias: “Revelo e imprimo
a mano siguiendo un procedimiento cuidadosamente elaborado para producir el
resultado perfecto. La calidad de la imagen final es muy importante. Es la consecuencia
de todo lo que he hecho y por tanto la considero una obra de arte.”
En la actualidad Smith puede incluirse
entre los fotógrafos de arte, publicidad y moda más importantes que ha forjado
New York. A lo largo de su trayectoria recibió diversos premios de Fotografía.
Muchos museos y galerías se disputan sus obras: A menudo visitaba las grandes
exposiciones del Museo de Arte Moderno en New York y me di cuenta de que la
Fotografía se podía convertir en mi medio para expresar todos los sentimientos
que había en mi interior.
Debida a su intensa inquietud
fotográfica, publicó diversos libros, entre ellos “In the Land of Light” (1983),
dedicado a su estancia en Israel donde plasma la simbiosis entre paisaje y
elemento humano, remarcando asimismo la indomable voluntad de perseverar y
prevalecer. Su otra obra, “The Hat Book” (1993), es un pequeño libro inusual
donde el sombrero se torna protagonista de imágenes, sueños y realidades alteradas.
“The Book of Books: a Compendium” (2005), es su tercer libro y “The End”
(2009), la publicación que culmina los últimos veinte años de su trabajo
fotográfico, una colección de 123 imágenes de contenido sutilmente surrealista
y acompañadas de un texto de Walter Thomas.
Dada su incuestionable categoría
profesional, Smith contó con una cartera de clientes muy importante, entre los que
destacaron Merrill Lynch, Metropolitan Life, IBM, BMW, American Express, New
York City Ballet, Morgan Stanley, Bergdorf, Goodman, Neiman Marcus, Ralph
Lauren, Ellen Tracy, The New York Times Magazine, Vanity Fair o Esquire entre
otros: Quizá parezca un poco anticuado pero debo mi éxito exclusivamente al duro
trabajo y a la perseverancia. Soy muy meticuloso y me fijo en la belleza de los
detalles. Se podría decir que es una obsesión pero yo pienso que debería ser
normal.
Analizando sus trabajos, el observador
se hunde en el núcleo más íntimo de la simplicidad pura, pero con una carga
emocional contigua que desnuda aspectos muy profundos del alma humana: el hombre anónimo con su negro sombrero,
la figura que se inclina pero no cae,
el ser sin rostro que te observa,
etc. Las figuras humanas son quienes adquieren ese protagonismo primario de
diverso entendimiento, algunas vistas como un frío estado de quietud, otras en
plena expansión de movimiento.
Sus obras destacan también por la
simbiosis entre lo masculino frente a lo femenino relación ella que éste último
adquiere una importancia vital que se une al conjunto gráfico como contrapeso
necesario. Equilibrio, diagonales, simetrías, inversión, síntesis y proyección
objetal, son algunos de los factores que -junto al formato cuadrado-
mantienen un eje constate dentro de un hermetismo visual con muchas interpretaciones.
Como dijo en cierta ocasión el mismo: me encanta jugar con la percepción de la
gente sobre cómo funciona el mundo.
Carlos Flaqué Monllonch