En las letras de The Wall reside parte de la clave para
descifrar la esencia del ser y su relación con la sociedad. Todo gira en
torno a un muro, un muro que vamos construyendo a medida que vamos creciendo y
que al final de la existencia se derrumba por sí mismo. Nuestra vida se
compone de ladrillos, bloques de tamaño y material concretos, que se unen para
formar una arquitectura determinada, en la cual se forman porosidades y
aluminosis que corroen la estructura que sostiene ese edificio personal, y que al
final pasan a formar parte de una historia arqueológica como piedras que un día
fueron, convirtiéndose en simples ruinas, como ocurre al final de la vida del
ser humano.
Sigmund Freud mencionó en uno de sus libros que las
novelas psicológicas describen desde dentro a una persona que mira desde
afuera a otras personas. Esa división es la alienación que evidencia el sujeto
encerrado en su propia pared interior, que a la vez le aísla y le protege de lo
externo. En el caso que nos ocupa, The Wall representa una dura defensa interna
del ser que lo ha perdido todo dejándolo inerte ante la sociedad y sus propios
miedos y frustraciones: la desprotección y la obediencia retrospectiva, la
sobreprotección maternal, el fracaso matrimonial, la angustia y la desgracia
interior, permanentemente condensada en fobias, pesadillas, deseos prohibidos y
ambivalentes hasta que al final, preso de una completa huida mental, es juzgado
simbólicamente. La autobservación y la conciencia moral tejen una maraña de
procesos que confieren a The Wall el valor de ser una historia
audiovisual de fuertes y profundas proporciones psicológicas dignas de un
exhaustivo y riguroso análisis y estudio. La estructuración del inconsciente
del protagonista a cargo de la fantasía degenerativa que genera por sí mismo,
crea un mundo fantasmagórico paralelo donde el afecto va y viene convirtiendo el
objeto fóbico en una angustia sin salida.
Al margen de su belleza plástica y literaria, las letras
de The Wall encierran un fuerte contenido psíquico que pone en alerta
a todos los mecanismos defensivos del individuo. La carga es tan brutal que
todo se viene abajo, ese muro que poco a poco se va construyendo como un falso mundo
protector existencial y exterior y que finalmente cae derribado por la propia
culpabilidad llevada al su límite máximo: la locura. The Wall es un
drama humano que termina con la muerte psicológica del ser para que éste vuelva
a renacer de sus propias cenizas.
Pero los miedos siempre acechan, porque el mundo es un caos
incomprensible, siempre en constante contradicción y vacío. Todo daña, todo
hace sufrir, nada merece la pena y el sufrimiento termina por devorar el cuerpo
y la mente. Los gusanos psíquicos se encargan de ello. Todo empieza con una
sensible pérdida que genera una infección anímica que va creciendo hasta
alcanzar la globalidad que se va adueñando lentamente de todo el sistema
defensivo, como un virus incontrolable ajeno a las vacunas y que termina por
hacer caer todo el muro psicológico que aparentemente defendía al sujeto. Ni el
amor, ni el sexo, ni la amistad, ni la educación, ni la sociedad, ni las ideas,
son capaces de sanar el quiebro anímico del ente sensible abocado a la Nada.
Somos fuertes en apariencia pero cualquier bocanada imprevista puede hacernos
zozobrar hasta las máximas profundidades. A veces la caída de una pieza vital
conduce al derrumbamiento de todo el edificio.
Siente la bilis
ascender
desde tu culpable
pasado
con tus nervios
hechos polvo.
Cuando la concha del berberecho
se rompa en pedazos
y los martillos echen
la puerta abajo,
mejor será que corras
como el demonio
mejor será que corras
todo el día
que corras toda la
noche
y guardes tus sucios
sentimientos
bien dentro de tí.
Escenas como la muerte de un
padre admirado y deseado a una edad muy temprana, la emotividad extrema de una
madre solitaria que arropa obsesivamente a su hijo ante la carencia de su marido,
o la escena del niño que ama y cuida a su mascota hasta la muerte de esta y las
fiebres que contrae de ella. Tampoco se puede olvidar la animación con las dos
flores que, simbolizando el amor, se seducen entre sí hasta que al final terminan
presas de un loco proceso de destrucción y transformación. Asimismo conviene
recordar esas llamadas telefónicas desesperadas que nadie responde, o la
fijación hipnótica ante el televisor como única puerta a otra realidad controlable,
o esa escena donde una atractiva “groupie” ni siquiera es capaz de emocionar al
protagonista tremendamente colgado hasta que, preso de un escape de ira, termina
por destruir el apartamento para luego iniciar la reconstrucción de las piezas
rotas siguiendo un orden simétrico y meticulosamente ordenado. Inolvidable es al
mismo tiempo la secuencia de los gusanos devorando la carne del ser amorfo,
inhumano, monstruosamente transformado por el dolor acumulado hasta el extremo
de arranca arrancarse la piel y la carne para hacer aparecer al hombre nuevo, duro,
frío y disciplinado, y que se ocultaba bajo el anterior atormentado ser. Toda
la historia, las letras y la película, giran en torno a un continuo despliegue
de escenas psicológicas donde el simbolismo y los significados pugnan por salir
y ordenarse en el duro drama del protagonista.
“Será mejor que
corras como el demonio
será mejor que te
maquilles la cara
con tu máscara
favorita
con tus labios
abotonados
y tus ojos como
persianas
y tu sonrisa vacía
sobre tu corazón
hambriento.”
The Wall es una obra
maestra, única, cuyo mensaje es un cruel golpe a la sociedad, al sistema que la
sustenta, a sus valores y mecanismos, y sobre todo a la propia psicología del individuo como víctima
de todo el proceso. Dicho de otra manera, The Wall es una apisonadora brutal
que no deja en pie ni un pilar humano y social. Un proceso que lentamente arranca
las almas torturadas por sus miedos y existencias, pero con una gran capacidad
de imaginación y catarsis se plasman en un celuloide gracias al talento de su
director Alan Parker. The Wall es una obra que es capaz de conjuntar diferentes
generaciones, desde jóvenes a mayores abuelos, pasando por sus distintos
intermedios. Como dice una de las canciones del film…
Papá ha volado a
través del océano
dejando sólo un
recuerdo
una instantánea en el
álbum familiar.
Papá, ¿qué más
dejaste para mí?
Papá, ¿qué dejaste
atrás para mí?
Después de todo, no
fue más
que un ladrillo en el
muro”
Después de todo, no
eran más
que ladrillos en el
muro.
Carlos Flaqué Monllonch