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BLOG DE CRÍTICA Y REFLEXIÓN SOBRE ARTE Y ACTUALIDAD CULTURAL

sábado, 30 de enero de 2021

MODA, MÁSCARAS Y DISTANCIAMIENTO SOCIAL

La historia de la moda incluye atuendos y artilugios que han desafiado las posibles enfermedades, plagas, epidemias, pandemias o sindemias que se han ocasionado dentro de las distintas comunidades, sociedades y países. Ante esta terrible amenaza han surgido piezas protectoras que en su tiempo se convirtieron en necesidad, tendencia y moda.

Actualmente estamos inmersos ante esa vieja amenaza y a medida que el mundo se enfrenta a la sindemia del coronavirus SARS-CoV-2, el distanciamiento social se ha convertido en una tendencia obligatoria. En este contexto tan peculiar y escalofriante, la moda ha pasado a jugar un papel importante en el distanciamiento social porque con ello contribuye a resolver en parte una crisis de salud a gran escala y ayuda a alejar a los pretendientes molestos. Los tiempos pasados no difieren tanto de los actuales.


En este sentido, la ropa y los complementos han servido durante mucho tiempo como una forma útil de frenar el contacto cercano y reducir toda exposición innecesaria. Si observamos la historia podemos encontrar múltiples ejemplos ilustrativos. En esta crisis sindémica actual, las máscaras faciales se han convertido en un accesorio de protección indispensable, pero también en un objeto de moda que nos mantiene alejados y nos marca al mismo tiempo diferenciación e imagen.

En tiempos pasados ya usaron estos conceptos. Máscaras de todo tipo se usaron durante ciertas etapas de nuestra historia pasada al verse afectadas por motivos de exposición tóxica. La moda nunca ha perdido ni pierde la oportunidad de adaptarse a los cambios o a las situaciones que, para otros, pueden resultar desastrosas o significar una quiebra.






Durante epidemias pasadas, como en la peste bubónica, los médicos y las clases pudientes usaban máscaras puntiagudas, parecidas a pájaros, como una forma de mantenerse alejados de los pacientes enfermos o de posibles ciudadanos infectados. Algunos leprosos se vieron obligados a usar un corazón en su ropa y ponerse campanas o badajos para advertir a otros de su presencia.

En el pasado, mantener la distancia, especialmente entre géneros, clases y razas, era un aspecto importante de las reuniones sociales y la vida pública. El distanciamiento social no tenía nada que ver con el aislamiento o la salud; se trataba de etiqueta y clase. Y la moda fue la herramienta perfecta. Las máscaras contra la gripe, como se las llama comúnmente, se hicieron ampliamente populares por primera vez durante la gripe española de 1918, especialmente en Japón y China, donde la cultura de la protección nunca se ha desvanecido y persiste hoy en día

La moda siempre va emparejada a sus tiempos, a las necesidades y condiciones sociales de la gente, pero también a la industria y a los cauces de sus intereses. Hoy en día, las mascarillas han vuelto, como un complemento indispensable e incómodo pero que en tiempos pasados ya fueron usados por diferentes razones. No cabe duda de que se no hace difícil aceptarlas en nuestro vestir y dia a dia; sin embargo,  la sindemia que estamos viviendo hace impensable vivir sin ellas. La gran ventaja son los materiales y las alternativas que disponemos, una opción nada viable en épocas anteriores. Pero ya nos lo advirtieron nuestros antepasados, tarde o temprano las modas regresan aunque algunas de ellas lo hagan de forma obligada y urgente necesidad.  

Carlos Flaqué Monllonch

martes, 19 de enero de 2021

LILLIAN BASSMAN, GLAMOUR DE ALTOS CONTRASTES

    Lillian Bassman fue una renombrada fotógrafa y pintora estadounidense que sobrecogió a su época por su brillante trabajo, pero al mismo tiempo por generar un estilo artístico que, en múltiples ocasiones, chocó contra los convencionalismos del establishment de la moda clásica. Bajo una forma de arte muy propia, fue considerada una excelente creadora pero al mismo tiempo excesivamente artística al anteponer su concepto fotográfico por encima del producto. Fuera como fuera, hoy su capacidad de expresar glamour de altos contrastes figura entre los grandes íconos de la fotografía de moda. Conozcamos pues algunos breves aspectos de su biografía y de su posterior su evolución profesional.


    Lillian nació en Nueva York, un 15 de junio de 1917, el mismo año en que fue derribada la autocracia zarista en Rusia por la Revolución Bolchevique de Octubre del mismo año. Hija de padres intelectuales judíos que emigraron de Ucrania a Estados Unidos en 1905, Lillian vivió con su familia en la neoyorquina zona de Brooklyn y Greenwich Village. Cursó estudios en la ‘Textile High School’ y luego en el ‘City College’ de Manhattan, llegando incluso a modelar para la ‘Art Students League’. Posteriormente se unió a la ‘Works Progress Administration’ como asistente de pintura (1934), pero en 1939 lo abandonó para estudiar ilustración de moda en el ‘Pratt Institute’. En 1940 ingresó en la ‘New School for Social Research’ y gracias a la beca que le fue otorgada, conoció a Alexey Brodovitch, un fotógrafo y diseñador ruso que, tras la revolución comunista rusa, marchó del país y se afincó en los Estados Unidos hasta convertirse en el director artístico de la revista ‘Harper's Bazaar’. Alexey fue al mismo tiempo profesor de otros fotógrafos incipientes como Richard Avedon, Hiro, Garry Winogrand o Irving Penn.

    Como curiosidad cabe decir que Lillian, a la edad de seis años, conoció al que posteriormente sería su marido, Paul Himmel, también hijo de inmigrantes judíos ucranianos. Lillian volvió a encontrarse con Paul cuando ella cumplió los trece años y a los quince empezaron a vivir juntos. Llegado 1935 se casaron y mantuvieron su matrimonio durante 73 años hasta que Himmel murió en 2009. Paul fue asimismo un excelente fotógrafo pero evolucionó más hacia la experimentación de la imagen en movimiento, los estudios etéreos del cuerpo humano, las sobreexposiciones y los tiempos de exposición. Puede decirse que, gracias a sus habilidades e investigaciones, ambos artistas supieron transformar el mundo de la fotografía de moda a pesar de las resistencias de la industria de la época. Lamentablemente a los tres años de morir su amado esposo, Lillian dejó este mundo con 94 años. Fue un 13 de febrero del 2012. Lizzie, la hija de ambos y también fotógrafo, confesó en cierta ocasión que el matrimonio de sus padres fue ese tipo de romances en el que Hollywood rodaba hermosas películas: Ellos dos jamás hicieron nada por separado. El amor y la fotografía fueron su común enlace.


     La carrera de Lillian Bassman empezó a escalar peldaños cuando tuvo la oportunidad de convertirse en el asistente de Alexey Brodovitch en ‘Harper's Bazaar’ a principios de 1940. Gracias a su talento y a las enseñanzas de su mentor, Lillian pronto se convirtió en directora de arte de la revista ‘Junior Bazaar’, desde donde contrató a los jóvenes fotógrafos Richard Avedon, Arnold Newman y Robert Frank, dándoles su primera oportunidad de trabajo en el mundo de la moda. Bassman también llegó a trabajar con Betty Godfrey en la firma de belleza y cosmética ‘Elizabeth Arden’. A partir de ahí, sus fotografías se incluyeron en muchas exposiciones internacionales, como en la aclamada ‘Family of Man’, de Edward Steichen, obteniendo diversos reconocimientos internacionales. En 1951 inauguró un estudio fotográfico con su marido Paul Himmel y se especializó como fotógrafa profesional de moda (ropa, telas, lencería y complementos), publicidad, belleza y cosméticos y también licores.


    A partir de los 70, y como consecuencia del cambio de moda, estilo y estética, su visión por las formas fotográficas de moda, fue considerada ‘demodé’. Fue entonces cuando Lillian decidió abandonar la especialidad y entregarse a proyectos fotográficos más libres y propios, llegando incluso a tirar en bolsas de basura numerosas negativos y fotografías de moda. Ser demasiado innovador en ciertos momentos conlleva a estos riesgos. Pero el destino siempre guarda sorpresas para los autores con suerte, y veinte años después  parte de sus trabajos de moda, se descubrieron varios de estos recipientes repletos de fotografías. El descubrimiento fue tan asombroso que varias de las imágenes de las rescatadas acabaron siendo expuestas en la célebre exposición ‘Shots of Style’ de 1989, en Londres.  Su trabajo volvió a revalorizarse aunque en ocasiones las cosas se valoran alejad as de su contemporaneidad más inmediata.



     Entre 1985 y 1995 Lillian estuvo dando clases en la ‘Escuela de Diseño Parson’ y en 1996 volvió a la fotografía de moda colaborando para la ‘New York Times Magazine’, consiguiendo variados galardones por su excelso trabajo. En 1999 obtuvo un renombrado y merecidísimo reconocimiento gracias a los ‘Encuentros Fotográficos’ de Arlés, en Francia; y en 2009 se realizó una exposición retrospectiva de su trabajo como tributo de su obra en la ‘Casa de la Fotografía de Deichtorhallen’, en Hamburgo, Alemania. La exposición albergó también diversas fotografías de su marido Paul Himmel. A pesar de su avanzadísima edad, Lillian siguió entregada a la fotografía hasta el último momento. Era su gran pasión y vínculo con la vida. Se atrevió incluso con la fotografía digital y abstracta en color, a fin de crear nuevas series gráficas. Se atrevió inclusive con software de edición de imágenes, como el Photoshop. 


Estaba interesada en desarrollar un método de impresión por mi cuenta, incluso antes de tomar fotografías. Allí, sentí la sensación de poder decir algo que quería decir, creando un nuevo tipo de visión además de lo que veía la cámara.

LILLIAN BASSMAN

     Los rasgos que definen mejor su trabajo es el empleo de altos contrastes entre las luces y las sombras, la presencia de grano en las imágenes y el uso de encuadres geométricos en las temáticas. Sus inusitados métodos de impresión y los diversos efectos gráficos que aplicaba a través de la experimentación con gasas y tejidos en el cuarto oscuro, fueron otras herramientas creativas para sus fotografías finales. Esta experiencia, combinada con la estrecha relación que supo crear con sus modelos, dieron como resultado imágenes de una tremenda dimensionalidad emotiva única, rebosante de sensualidad y glamour atemporales. Su obsesión y minuciosidad tenían por objeto lograr enigma y distinción a la forma femenina y a sus ornamentos que la adornaban. Eso hizo que su trabajo fuera objeto de prestigiosas campañas publicitarias de las principales marcas, como Chanel, Balenciaga en los sofisticados años 40, 50 y 60. Actualmente, sus obras pueden verse en el ‘Museo de Bellas Artes de Boston’ y en el ‘Fashion Institute of Technology’ de Nueva York. Como bien dijeron sus allegados más cercanos, el cuarto oscuro era su campo de batalla. Allí empezaba una apasionada épica en busca de un nuevo arte final.







Todo lo que hace Lillian tiene un poder verdaderamente mágico

RICHARD AVEDON


















Carlos Flaqué Monllonch (KarlFM)