Llevar a la pequeña pantalla una
realidad tan compleja y caótica como el conflicto entre israelitas y palestinos,
teniendo en cuenta todos los matices que esto trae consigo, es un reto muy complejo.
El simple hecho de hacerlo ya merece una valentía y reconocimiento. Y es que Fauda es una serie que va más allá de la
simple ficción. Intenta, por ejemplo, con sus más y menos, tender puentes entre
ambos pueblos, entre dos culturas que desde tiempos inmemoriales siguen inmersas en un
constante caos y antagonismo. Fauda
trata justamente de eso, del caos porque como dice su título, Fauda significa “caos” en árabe, y
por tanto, el caos narrativo es parte de la historia que cuenta la serie, ese
realismo caótico que existe dentro del caos inmutable que viven sus personajes
y sus propios estereotipos culturales. Recordemos que son sociedades duramente marcadas y castigadas por odios históricos, y culturas repletas de
valores muy conservaduristas, muchos de ellos incomprensibles y desconocidos por
otras sociedades supuestamente “democráticas” y “liberales”.
La serie trata de encontrar un punto
humano dentro de este caos. Solo el vínculo hermanado de los
miembros (no importa de qué bando) da consistencia a las vidas y conflictos
emocionales de los personajes. No hay tiempo para otras trascendencias, ni
siquiera para diálogos profundos acerca de valores filosóficos o de análisis
más intelectualizados. La serie no busca eso, sino ser una narración
simple y llana centrada en las operaciones militares de una élite de alto
rango, entrenada para neutralizar objetivos. Pero no solo son máquinas de
matar, son seres humanos que sufren y que muestran hasta qué punto el odio
entre pueblos es altamente manifiesto. Esa es la trama que hay que ver y dentro
de ella las justas pinceladas psicológicas sobre el caos emocional que supone
tener amigos, familia y pertenecer a un grupo determinado.
Sin duda, Fauda es una serie honesta, calibrada muy sutilmente, con sus cosas
mejorables, donde una historia convencional no es el hilo conductor constante,
sino el reflejo de ese caos organizado y justificado que parte y termina
con cada operación y con el nacimiento y final de cada nuevo adversario. Por tanto,
la serie no busca esa perfección narrativa que algunos echan de menos, pero es
firme dentro de esa línea quebrada de acontecimientos siempre sujeta al miedo a morir. Hay escenas tan fuertes y
realísticas que ponen los pelos de punta.
Fauda
ha sido elogiada por muchos medios y soportes por ofrecer una
representación matizada del conflicto entre ambas naciones. Incluso el
prestigioso New York Times la
calificó como una de las 30 mejores series de televisión de la década. The Guardian señaló que “la
serie trata el conflicto con gran imparcialidad pues aunque es una serie
israelí, no caricaturiza al enemigo y muestra que el adversario también sufre,
llora y ama”. Su éxito se debe, sobre todo, a su intenso realismo, pues
sus creadores fueron miembros de una unidad de élite del ejército israelí, y
gracias a su conocimiento, la serie adquirió un clima realista que ha causado
mucho impacto, sin olvidar el papel de la mujer en este tipo de sociedades muy masculinizadas.
En resumen, la serie no busca ser una
copia histórica de un conflicto interminable; no olvidemos que estamos en una
ficción basada en hechos reales. Tampoco pretende ser una historia calibrada a gusto
de todos. Sin duda, como todas las series, tiene sus puntos flacos, sus
estereotipos, pero hay que entender que esto es parte de esa realidad que trata
de contar. La vida no siempre es siempre pura acción, diálogos profundos,
personajes coherentes en todas sus manifestaciones… es decir, narrativa donde
todo viene como anillo al dedo. La vida es también caos, aburrimiento,
ritualismo absurdo, emociones contradictorias, incoherencias, emoción
plana. Algunas críticas pretenden herirla en este sentido, pero quizás olvidan
que deberían contemplar la propia vida ante el espejo de la realidad, teniendo presentes
todos esos minutos que se viven de forma absurda mientras la vida de afuera
sigue trepando. Quizás deberían recordar la enorme cantidad de páginas que se leen
en una novela donde se describe a un personaje, una habitación o un simple
ritual. Quizás no se acuerdan de que la vida es así, una constante línea
quebrada, repleta de aburrimiento, desorden y diálogos llanos.
Carlos Flaqué Monllonch (KarlFM)