Toda crispación es evitable si la
inteligencia prevalece sobre cualquier tipo de testosterona ideológica y
política. Lo que está ocurriendo en Catalunya, desde hace tiempo, es triste y
desolador, pero es la consecuencia de cuando las cosas se hacen mal, pésimamente
mal. La casuística de esta dinámica es tangible y conocida pero es tema para
tratar aparte. Lo que si es un a realidad inmediata es que el puente entre España y Cataluña está completamente roto y veo muy difícil su reconstrucción. Y con los puentes rotos nadie puede cruzar el abismo.
Catalunya y España están en una permanente encrucijada bidireccional de difícil solución, especialmente porque “ningún Estado, mientras tenga fuerza, permitirá que un territorio suyo se separe del conjunto, aunque éste tenga su propia personalidad histórica, desarrolle protestas pacíficas o genere desórdenes de cualquier tipo." En segundo lugar, porque la política no es un juego de niños, es un ejercicio muy serio que implica características de las cuales hoy en día se carece, especialmente en este país. En tercer lugar porque la política deja de existir cuando se muestran los “cojones” en lugar del cerebro, algo muy típico del temperamento español, y cuando desaparece la via del diálogo, la convivencia y la empatía, bases de cualquier democracia real; no no hay ingeniería posible y capaz de construir puentes cuando no existe actitud para manetnerlos en pie. En cuatro lugar, cabe saber que la independencia de un territorio no se consigue utilizando astucias emocionales, poniendo tenso al feroz guardián de la integridad, ambas acciones que sólo conducen a consecuencias cual de ellas más represivas. En quinto lugar, la independencia es un proceso muy lento que debe trabajarse con inteligencia, estrategia, tiempo, paciencia y gran habilidad política. Todas ellas cualidades carentes en esta profunda crisis. Toda celeridad es un mal aliado a los cambios porque el chip mental es el primer objetivo a cambiar. En sexto lugar, lamentablemente la historia nos ilustra que la gran mayoría de las independencias de países o de territorios sólo se han conseguido a través de revoluciones violentas o estallidos bélicos pero contrariando al gran Carl Von Clausewitz (“la confrontación armada es la continuación de la política por otros medios”), la violencia es la mayor atrocidad de las concebidas por el ser humano. Y este no es el camino hacia el futuro.
Catalunya y España están en una permanente encrucijada bidireccional de difícil solución, especialmente porque “ningún Estado, mientras tenga fuerza, permitirá que un territorio suyo se separe del conjunto, aunque éste tenga su propia personalidad histórica, desarrolle protestas pacíficas o genere desórdenes de cualquier tipo." En segundo lugar, porque la política no es un juego de niños, es un ejercicio muy serio que implica características de las cuales hoy en día se carece, especialmente en este país. En tercer lugar porque la política deja de existir cuando se muestran los “cojones” en lugar del cerebro, algo muy típico del temperamento español, y cuando desaparece la via del diálogo, la convivencia y la empatía, bases de cualquier democracia real; no no hay ingeniería posible y capaz de construir puentes cuando no existe actitud para manetnerlos en pie. En cuatro lugar, cabe saber que la independencia de un territorio no se consigue utilizando astucias emocionales, poniendo tenso al feroz guardián de la integridad, ambas acciones que sólo conducen a consecuencias cual de ellas más represivas. En quinto lugar, la independencia es un proceso muy lento que debe trabajarse con inteligencia, estrategia, tiempo, paciencia y gran habilidad política. Todas ellas cualidades carentes en esta profunda crisis. Toda celeridad es un mal aliado a los cambios porque el chip mental es el primer objetivo a cambiar. En sexto lugar, lamentablemente la historia nos ilustra que la gran mayoría de las independencias de países o de territorios sólo se han conseguido a través de revoluciones violentas o estallidos bélicos pero contrariando al gran Carl Von Clausewitz (“la confrontación armada es la continuación de la política por otros medios”), la violencia es la mayor atrocidad de las concebidas por el ser humano. Y este no es el camino hacia el futuro.
La situación en Catalunya está repleta
de errores por ambas partes. Los patinazos han sido esperpénticos. Calmar los ambientes y acercar posiciones para que sean capaces de
tender nuevos puentes de comunicación, parece ser la única solución
posible para evitar las quiebras. España debe prepararse para afrontar un gran cambio como país, si o si, porque
su modelo como Estado, centralizado y monárquico, está obsoleto, y por tanto, precisa de una
construcción distinta sobre la territorialidad. Un primer puente para abrir diálogos -aunque no guste a ciertos sectores políticos y financieros todavía anclados en férreas sistemas de
inmovilismo- sería que el actual gobierno de
España iniciara la tramitación de los indultos a los condenados del Procés. Lejos
de ser un signo de debilidad vendría a ser la demostración ante el mundo de un Estado
fuerte que confía en sus propias capacidades democráticas para resolver las
diferencias. Como dice la sabia reflexión: "sin perdón no hay paz". Solo así se podrían calmar los egos heridos y actualmente atrincherados. Sólo así es posible la apertura de mesas de negociación para solucionar políticamente lo que nunca debió
llegar a los tribunales. Eso quizás sea mucho pedir teniendo en cuenta las ideas
alocadas que aun deambulan por un país encapsulado en viejos tiempos obsoletos.
Los Estados deben modernizarse, actualizarse en base a generar equilibrios entre sus fuerzas.
Ese consenso global es necesario para construir países fuertes y modernos. Y para ello hay que trabajar sin asperezas. Los
problemas nunca se pueden solucionar con vociferios, violencias, extremismos y
crispaciones como armas. Hoy en día, los dirigentes sabios deben permanecer al margen
del encegamiento, de las acciones provocantes y agresivas que únicamente conllevan mayores agravios a los problemas.
El pulso entre Catalunya y el
Estado español tiene sin duda razones muy lejanas y revisando todo este largo tiempo se descubre que ningún
gobierno, central y autonómico, ha sabido ver y afrontar la problemática con
inteligencia, ni tan siquiera prever las secuelas que de todo ello se derivarían. Probablemente un adecuado concierto económico en su momento y el reconocimiento de un posible estado
plurinacional, como define a otros países, hubieran sido dos medidas eficaces y clarividentes
para progresar hacia la resolución de los graves conflictos que atraviesa este país. Todos debemos
aprender que las vías unilaterales, opresivas, cerradas y violentas, sólo conllevan a espirales virulentas que a su vez generan bucles interminables sin solución. Cuesta entender pues que en pleno siglo XXI ninguna de las
formaciones políticas españolas tengan la valentía, la inteligencia y la voluntad
para afrontar los cambios tan necesarios que daría un aire más equilibrado al país. La pregunta salta a la vista... ¿Por qué
existe tanto miedo a ese cambio? Quizás la respuesta a esta pregunta permita descifrar la clave
que bloquea el resorte de este cambio tan necesario. Pero mientras en España
imperen los viejos poderes, todos los resortes a posibles cambios serán abortados y serán impensables.
Carlos Flaqué Monllonch