Dicen que el negro es la ausencia más elegante de la luz,
porque define un estilo por sí mismo. A su vez, realza los contrastes y los
niega, destaca los brillos y las texturas. Y es que cualquier elemento distinto
a él sobresale con mayor identidad. Asimismo, se conjunta bajo cualquier forma,
desafía el movimiento y su trazo seduce la fusión con el resto de cromas. El
negro es, por excelencia, el comienzo y el fin, la nada y el regreso, el vacío
y la presencia, el principio de la oscuridad y el inicio de la creación.
Cuesta entender cómo durante muchos siglos muchas culturas
han asociado el negro al dolor, a la muerte, a la esclavitud. En las sociedades
primitivas, sin embargo, el uso del negro era consecuencia del entorno que
envolvía a los elementos y a los habitantes de aquel tiempo y espacio. Las
etnias antiguas usaron el color y el negro como constancia de sus logros,
triunfos, ceremonias o señas de identidad. Estos primeros humanos fueron
conscientes del esfuerzo que ofrecían las cosas, de la búsqueda de sus
aplicaciones, unas veces intencionadas, otras por azar, pero que les permitía
realizar sus primeras manifestaciones. Probablemente el negro, consecuencia de
la combustión de las maderas quemadas, junto al rojo, la sangre que emanaba de los
heridos y de las piezas cazadas, fueron las primeras tonalidades que estuvieron
a su alcance. Esa magia tejió la identidad y sentido de los grupos, la fuerza y
la permanencia de los clanes, de su poder y jerarquía, de la inspiración para
celebrar sus ritos, en definitiva, fueron los primeros esbozos artísticos de la
Humanidad.
Los arqueólogos han hallado múltiples evidencias del uso
primitivo de ciertos pigmentos como señales estéticas, decoraciones corporales,
plasmación de hechos realizados. En las sociedades occidentales actuales, el
negro se ha asociado a cosas negativas pero al mismo tiempo a elementos
positivos, como la fuerza, la magia, la nobleza, la elegancia e incluso la
creación. Entre los Masai el negro se asocia con las nubes que traen la lluvia,
símbolo de la vida y de la prosperidad. En la moda occidental, el negro está
considerado como un estilo noble y de máxima distinción.
Partiendo de estos significados, de esta diversa cosmogénesis
antropológica, el fotógrafo Denis Rouvre y el pintor escultor David Nal-Vad,
han sido capaces de llevar a cabo una profunda regresión para recuperar estos
estados olvidados de la Humanidad. Ellos trabajan proyectos artísticos donde los
colores se reintegran para trazar entramados elementales y contrastes
cuarteados que denotan una geografía erótica, salvaje y tribal. El negro, junto
al blanco, luce como dominante. de las escenas. Blanco y negro pues, como unión
indefinida de los contrarios, se mezclan con el resto de colores intensos, destacando
el rojo y el amarillo para configurar una mágica experiencia de corte afro.
Inspirados en los rituales y costumbres más ancestrales, en las
técnicas y aplicaciones sobre el cuerpo y la piel, el desnudo adquiere una
dimensión arquetípica capaz de elaborar por sí misma una sofisticada expresión
de fuertes impactos, dando como resultado una arquitectura totémica y gráfica
que nos transporta a los lejanos mundos de las selvas y las sabanas africanas.
Se trata de estudios gráficos en clave negra, blanca o gris, donde toques de
color sobresalen como distinción: Este espectacular brío primigenio, configura
luna dermis sensorial que define la globalidad oscura de la vida y del drama,
una sinfonía plena de ambivalencias, similitudes y diferencias. En algunas obras,
los fondos logran mimetizarse con el principal objeto, yuxtaponiéndose en un
todo cromático de único lenguaje.
Denis Rouvre no es un fotógrafo cualquiera, es un artista
que nace en Epinay sur Seine, localidad sita en Francia. Completa su formación
artística en la escuela francesa de Louis Lumière y se inicia como fotoperiodista
para la prensa nacional. El paso del tiempo le hace derivar hacia los retratos
fotográficos. Desde 1998, sus fotografías son distribuidas por la agencia ‘Corbis
Outline’ de New York. Como profesional acreditado ha realizado trabajos para diversas
campañas publicitarias, retratos de famosos (Tom Hanks, Robert De Niro, Morgan
Freeman, Tim Burton…), así como portadas para Césaria Evora y Demis Roussos,
entre otros. La serie ‘Senegalese Wrestling’ ganó el segundo premio del concurso
de ‘World Press Photo’ en la categoría historias deportivas en el 2010, y los
proyectos ‘Co-Incidence’ y ‘Ethnic’ han dado la vuelta al mundo a causa de su
gran belleza plástica, simbólica y pluridisciplinar. Su dominio de la luz y de la
expresión corporal pone de manifiesto su sensibilidad por introducirse en el
alma de los tiempos remotos, descubrir la dinámica corporal como punto de ritmo
y expresión, así como pincelar ese trazo en el espacio y tiempo. Los cuerpos que Denis fotografía están fijados dentro del fotograma pero sientes como se
deslizan a través del soporte, expresando distintos sentimientos y experiencias.
David Nal-Vad es un escultor y pintor nacido en 1954,
Francia. Tras vivir casi treinta años en Gabón, África, estableció su residencia
en Gran Bretaña. Altamente influenciado por el arte primitivo, las etnias del pasado
y sus variadas ceremonias, se funde en la esencia cognitiva de los trazos y
aplicaciones del cuerpo humano. La desnudez se convierte en un lienzo donde las
texturas, luces y volúmenes pueden dibujar y dar color a un diseño ancestral
que sintetiza las pulsiones primitivas de los seres humanos: la sexualidad, la
caza, el mito, el afecto, la magia, la supervivencia... El propio artista se autodefine
como una entidad abierta a la diversidad, un vagabundo de las culturas carente
de un sistema concreto que lo encierre dentro de una visión unidireccional. Con
más de cuarenta años de exposiciones internacionales, David Nal-Vad persiste en
su constante búsqueda de la esencia del arte, el origen de la misma, olvidándose
de lo que hay detrás de ella, del mundo comercial que la envuelve.
Carlos Flaqué Monllonch
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